Mucho se ha dicho sobre la bonhomía del titular del Ejecutivo Federal.
Rescato los calificativos de un hombre que de vez en vez comparte rondas de golf con él: es un tipazo, siempre te pregunta cómo está tu familia, escucha perfectamente, deja hablar y cuando quiere reforzar alguna idea que le compartes, pide que abundes en ella.
Cuando le confías algo personal, después de seis o siete meses se acuerda perfectamente; siempre ofrece la mano amistosa. Sé que conserva amigos de muchos años, y no es un hombre rencoroso ni vengativo.
Atrás de un jefe de Estado hay miles de mitos e historias falsas –me dijo el político cercano a Peña Nieto– pero el jefe es sencillo, podría decir que hasta bondadoso y su carácter está muy estructurado. Diría que es un hombre familiar, y verdaderamente centrado.
Su comportamiento en privado y actos públicos obviamente es distinto, pero cuando quiere expresar cariño a alguien se entrega. Es un buen amigo de sus amigos, pues.
¿Pero serán sus supuestos amigos y colaboradores buenos amigos del Presidente?
Creo que le quedaron a deber. Enrique Peña les demostró no sólo amistad, lealtad y confianza, pero no vimos los mexicanos que los suyos lo defendieran lo suficiente.
No nos hagamos: los secretarios, subsecretarios, oficiales mayores, directores generales, diputados, gobernadores, y casi todas las posiciones se dieron porque así lo quiso y decidió el mexiquense.
Los gobernadores del PRI también “nadaron de muertito”, y hay una sensación en el ambiente de que le pasó lo mismo a José Antonio Meade.
Es momento, en este periodo de transición, más allá de encontrar culpables, de analizar el comportamiento y actuación de los amigos del Presidente, porque cada día encuentro más personas que aseguran que le quedaron a deber.
Es más, en la oficina de López Obrador coinciden en que se comportó como un jefe de Estado responsable, y que los “amigos” no son tan cuates como decían.
Peña Nieto pasará a la historia por las reformas estructurales, por ser amigo de sus amigos y por demócrata.