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Mirar

FOTO: Especial

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15 de Junio 2022

Por Cyntia Moncada

Cuando era niña pasaba mucho tiempo en la ventana, mirar era para mí una fuente inagotable que nutría mis fantasías y la ventana el escaparate perfecto. El mundo me parecía (desde entonces) aterrador y emocionante, pero cuando no estaba lista para enfrentarlo, me gustaba mirarlo desde la ventana: su trajín inalterable, sus historias extraordinarias y los dolores que podían adivinarse a través de las miradas. Sabía que podía unirme a aquella vorágine cuando lo decidiera o simplemente quedarme mirando y alimentar mis fantasías hasta que estuviera lista. Siempre ganaban las ansias por vivirlo todo, pero observar el mundo desde el umbral de la ventana me daba la sensación de que podía decidir cuándo.

Hace un par de meses me mudé. Antes de esta casa estuve durante dos años en un departamento al que llamé de transición. Era como una cueva acogedora y silenciosa en medio del bullicio (de mis pensamientos y de la ciudad), entraba poco la luz y tenía solo dos ventanas a la calle. Durante dos irrupciones de Covid, vacaciones y noches de insomnio me senté en una de esas ventanas a observar el mundo y soñar lo que seguiría para mi hija y para mí después del huracán de mi divorcio. Entre aterrada y esperanza idee desde esa ventana el mundo que quería construir para nosotras.

Y luego apareció la nueva casa. Era tan parecida a nuestra casa ideal que apresuré la mudanza y no me di cuenta de que tenía una luz cegadora, demasiado luminosa para mi oscuro pesimismo, la vida detrás de sus ventanales de pronto me pareció inmensa y su resplandor me dio vértigo. No supe qué hacer, así que me quedé quieta, le saqué la vuelta a los ventanales que daban a la calle, me dediqué a mirar la ventana que daba hacia atrás porque no sabía cómo mirar hacia ese nuevo afuera.

Es cierto que cuando pasas mucho tiempo a la defensiva, en alerta, es difícil de pronto creer que la vida se puede poner luminosa, que se terminó la guerra, que ya pasó el duelo, que es posible bajar los escudos y colgar las armas, que podemos (al menos por ahora) descansar un poco, que no hay nada que demostrar, que simplemente puedes ser, porque lo que sea que haya sucedido, ya pasó.

Después de varios años, anoche finalmente dormí tranquila y cuando desperté me quedé mirando por la ventana, durante un largo rato observé las calles llenándose de sol, mientras la ciudad despertaba en calma. Ahí me quedé hasta que estuve lista, como cuando era niña y el sol arrebatador nunca le ganó a mis ganas de vivirlo todo, de poner el alma. Hoy la vida parece nuevamente una aventura que vale la pena contar.

Nos leemos el próximo miércoles.