“Habremos de crear cosas nuevas, uniendo algunos cristales rotos”
LIC. CARLOS GARCÍA VEGA
Podremos pocas veces estar de acuerdo, pero justo reconocimiento merece, la compleja tarea de gobernar. La angustia que sacude al mundo desde el inicio de la pandemia -que pareciera ahora el inicio de nuestros tiempos- convierte en desgracia casi cualquier decisión emanada del poder. La destreza de “dar en el blanco” resulta una proeza casi imposible de lograr.
Durante esta semana hemos sido testigos del inaplazable regreso a clases presenciales de miles de niñas y niños en algunas entidades del país. Coahuila -como en diversos rubros- fue pionero en el retorno y desde éstas líneas, mi reconocimiento a la sociedad coahuilense por transitar esta inminente empresa.
Más allá del acierto o desacierto de la controversial medida por motivos sanitarios, resulta elemental reflexionar la condición en la que niñas y niños viven o han vivido en casa, desde aquel “adelanto del periodo vacacional”, vaivén retórico decretado por Esteban Moctezuma en marzo del 2020.
Estudios realizados en nuestro país, determinan que las relaciones entre personas que conviven en un hogar desde el inicio del confinamiento, se tornaron más difíciles, siendo las niñas y niños quienes en su interacción quedan expuestos a escenarios con riesgo de violencia, tales como el hacinamiento en espacios compartidos con agresores, sin posibilidad alguna de hacer visible su situación o de buscar una mínima protección.
Por décadas las escuelas en México han fungido como una especie de refugio seguro y temporal de nuestra infancia. No olvidemos que según cifras de la organización Save the Children, 7 de cada 10 niñas y niños en el país son víctimas de algún tipo de agresión, la mayor parte de ésta, cometida en el hogar. El lamento se incrementa al recordar que seguimos siendo la nación con el penoso primer lugar de abuso infantil de países de la OCDE.
Cierto es que desde antes de la pandemia la violencia infantil vivía en crisis en muchos lugares de México, sin embargo la cruda verdad es que se volvió más gravosa la deplorable situación ante el abandono de responsabilidades elementales en el hogar como escuchar, atender o empatizar con los nuestros.
Hace un par de semanas conocí a Jorge Osuna alias “El Tunas”, chiquillo de doce años quien no parece un niño; su madre es Carmen y su padre es un muerto vivo, como le dicen sus amigos. Carmelita se propuso educar al Tunas bajo cuestionable rigor: golpes a la menor falta, regaños con citas bíblicas y castigos severos como amarrarlo a la reja sin importar el frío o el calor. Al poco tiempo, abrumada de cansancio, Carmelita permitió que la calle educara al Tunas como quisiera. Enrique Serna retrata en la novela “Uno soñaba que era rey” realidades de finales del siglo pasado que son tan vigentes como el deseo de la mayor parte de la infancia mexicana de regresar a las aulas, por ser paradójicamente para algunos y sin generalizar, una salvación de vida.
No debemos caer en un pensamiento “familista” simple adjudicándole a la familia la explicación de todo lo relevante que sucede para bien o para mal; los principales actores de las sociedades como el Gobierno, actores políticos, sociedad civil organizada, actores económicos y por supuesto las familias, debemos reconocer cada uno de nuestros roles y actuar en consecuencia.
Para gran parte de la población el regreso a clases presenciales es un mal necesario y aunque miles de voces suplican volver abrazarnos como antes, se escuchan clamores infantiles suplicando que algunos “abrazos” sean prohibidos de aquí a la eternidad.