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Parir es un acto de resistencia

Cyntia Moncada. Foto: Especial

Cyntia Moncada. Foto: Especial

23 de Marzo 2022

CYNTIA MONCADA

La amabilidad que caracterizó a mi ginecólogo durante los ocho meses que llevó el seguimiento de mi embarazo, se esfumó cuando le mostré mi plan de parto. “Yo no hago partos sin anestesia”, me dijo, y me desplegó una lista de posibilidades aterradoras para convencerme de que no sabía lo que decía –“Te vas a shockear”, “No vas a soportar el dolor”, “Por tu complexión no vas a poder”–, mientras me miraba como si lo que pedía fuera una locura (¿se dan cuenta que cada vez que las mujeres hacemos las cosas que no se esperan que hagamos nos acusan de locas?).

Cuando tomé mis primeros cursos de psicoprofilaxis no imaginé que en el país que ocupa el quinto lugar con más cesáreas en el mundo, parir, participar en las decisiones del parto (y a partir de ahí todas las decisiones de crianza) se iba a convertir en un acto de resistencia.

Las mujeres hemos parido siempre. Hace años lo hacíamos con nula intervención, en casa, en compañía. Los avances médicos redujeron la muerte materna, pero la mercantilización de la ciencia nos robó la intimidad. El proceso cambió de foco, pasó de ser un momento íntimo, a un procedimiento médico más. Y, en los últimos años, ni las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud, en las que se reconoce la importancia de una atención centrada en la mujer; ni la existencia en México de la “NOM-007-SSA2-2016 Para la atención de la mujer durante el embarazo, parto y puerperio, y de la persona recién nacida”, en la que se establece como prioridad la seguridad emocional de la mujer, han sido suficientes para garantizar que todas podamos vivir nuestro parto como un momento transformador y amoroso.  

En cambio, nuestras historias de nacimiento se han construido con retazos de violencias obstétricas: porque los médicos manipulan la información para hacernos parir según su agenda, practican cesáreas innecesarias, aíslan, gritan e insultan, porque nos tratan como si fuéramos incapaces de decidir, niegan la atención oportuna y –en el otro extremo– abusan de la medicación, realizan procedimientos invasivos sin justificación y separan al bebé de su madre, durante minutos cruciales.

Si bien es cierto, hoy existe mucha más visibilidad del término “violencia obstétrica” gracias a activistas, doulas, puericultoras, parteras y ginecólogas y ginecólogos, la posibilidad de decidir sigue siendo una cuestión de privilegios, que a veces no tiene que ver con poder adquisitivo, sino con la posibilidad de acceder a la información adecuada.

Ese privilegio me permitió a mí dar a luz respetando mis tiempos y las necesidades de mi cuerpo. Viví mi parto como un acto de amor y valentía, pude estar piel con piel con mi hija desde los primeros segundos de su vida y nunca nos separamos.  Prácticamente nada de lo que dijo el primer ginecólogo sucedió. 

Elegir cómo parir, ser el centro de nuestros procesos y que se respeten nuestros derechos reivindica nuestra libertad y autonomía, por eso parir es un acto político, por eso parir hoy en México es un acto de resistencia.