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Las mujeres del desierto ya pueden decidir

Cyntia Moncada. Foto: Especial

Cyntia Moncada. Foto: Especial

29 de Septiembre 2021

CYNTIA MONCADA

Primero comenzó como un rumor y luego la frase fue tomando tintes más de una maldición: “Ya salió embarazada”. Su ausencia en la escuela lo confirmó después. Y  al poco tiempo, esa chica envalentonada que se la vivía en la oficina del prefecto porque su rebeldía no cabía en un pupitre, desapareció de las calles del pueblo. 

La volví a ver años después. La mirada retadora que inspiraba a las chicas de la secundaria y aterraba a quienes se atrevían a meterse con ella, ahora era triste y desencajada. Luego supe que su esposo la violentaba y literalmente vivía un infierno. 

¿Cuántas historias de esas se contarían diferente si las mujeres de mi generación hubieran podido acceder al aborto? 

Un día una amiga me confesó que estuvo embarazada, alguien le recomendó unas pastillas y se practicó un aborto en su casa, sin decirle a nadie y muerta de miedo. No teníamos más de 18 años.

Ayer fue 28 de septiembre y, como cada año, conmemoramos el día por la Despenalización del Aborto en América Latina y el Caribe. Esta vez en nuestro estado los ánimos fueron más festivos porque aquello que parecía tan lejano, la Suprema Corte lo resolvió hace unas semanas: el aborto en Coahuila ya no es un delito. 

Falta mucho camino aún por recorrer para que todas las mujeres y personas gestantes puedan acceder a un servicio de aborto, seguro, legal y gratuito. Aún se requiere de un reestructuración del marco jurídico y de una infraestructura adecuada y accesible, pero el paso que se dio no tiene precedentes. 

Hoy las mujeres ya no tienen que esconderse en la clandestinidad ni practicarse abortos inseguros y en soledad. Hoy la información podrá estar disponible para todas y podrán contactar a acompañantes de aborto que las sostengan y acuerpen.

El proceso para lograr la despenalización social del aborto, eliminar prejuicios y culpas no pinta fácil, pero las activistas en Coahuila tienen raíces profundas –como de mezquite– y están trabajando desde hace años de manera incansablemente para que suceda.

Hoy pienso en mis compañeras de escuela, las que desaparecieron un día del salón para encerrarse en una casa a afrontar una maternidad que no eligieron; en las mujeres del desierto aguerridas como no he conocido otras, pero para quienes la libertad de decidir era un privilegio inaccesible. 

Yo, en cuanto pude, me fui del pueblo. Hoy vivo una maternidad elegida y se me llena el corazón de saber que mi hija hoy es un poco más libre, que las hijas de mis compañeras sí tendrán la posibilidad de decidir, que aquella profecía de “para que estudia si al rato sale embarazada” no tiene por qué alcanzarlas, porque la maternidad será deseada o no será.