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Infancias y adolescencias libres

24 de Noviembre 2021

CYNTIA MONCADA

La violencia nos atraviesa a todas, pero basta salir un poco de la burbuja para darnos cuenta que no de la misma manera (“Necesitamos abrir el corazón a las otras realidades”, decía un post en Facebook firmado por LV Nad) y que son las niñas y adolescentes quienes sufren en mayor medida su embate y que la agresión sexual es una de sus manifestaciones más graves. 

El año pasado, únicamente la Secretaría de Salud de Coahuila dio 533 avisos al Ministerio Público por violencia sexual contra mujeres. De esas agresiones, 49 por ciento fueron contra niñas y adolescentes (de entre 9 y 20 años). Según aproximaciones de la organización México Evalúa, el 99.7 por ciento de los delitos de violencia sexual no se denuncian, así que podríamos hablar de (al menos) 226 niñas y adolescentes agredidas sexualmente en Coahuila cada día. 

Por eso, en el marco del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia no podemos dejar de visibilizar el impacto que la violencia de género tiene en las niñas y adolescentes y cómo está intrínseca en los embarazos prematuros. 

Desde que en Matatena comenzamos a acompañar la maternidad adolescente algunas de las frases que más escuchamos son que las niñas “se embarazan porque quieren”, “por irresponsables” o “por falta de información”, sin embargo, la posibilidad de que el embarazo esté relacionado a una agresión sexual es ínfima para muchas personas. Y las políticas públicas enfocadas en su erradicación atienden poco a esta problemática como uno de sus orígenes. 

IPAS en su informe “Violencia Sexual y Embarazo Infantil en México” ofrece un panorama muy completo de está problemática y analiza su origen considerando la exposición a tres manifestaciones de violencia: la coerción sexual, el abuso sexual y la violación. 

Este reporte, entre otras cosas, es un llamado a considerar que muchas veces detrás de un embarazo aparentemente consentido en realidad se oculta algunos de estos delitos, pero no hay mecanismos efectivos que permitan identificarlos, porque muchas veces los mismos médicos juzgan y revictimizan a las niñas, en lugar de tratar de identificar lo más rápido posible alguna señal de violencia.

Por eso, es urgente analizar el embarazo infantil y adolescente de una manera no superficial ni simplista (lo siento, pero tenemos que repetirlo las veces que sea necesario), pero reconocer que todos los factores tienen que ver, de una u otra manera, con la violencia estructural que las atraviesa prácticamente desde que nacen y durante toda su vida. 

No son adolescentes teniendo relaciones con adolescentes sino la violencia patriarcal que las envuelve. No son hombres enfermos, son adultos funcionales haciendo uso de su fuerza física o moral (como menciona el informe de IPAS), más una sociedad que normaliza la violencia, quienes agreden a las niñas y adolescentes, impactando el desarrollo de toda su vida y dejando consecuencias permanentes como un embarazo.

Por infancias y adolescencias libres: niñas jugando, no pariendo; niñas sí, madres no.