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Enfoque

03 de Diciembre 2019

Por: Eduardo J. De La Peña

Los hechos ocurridos el sábado en Villa Unión, así como generan todo tipo de especulaciones, dan lugar para diversas reflexiones. Es un suceso en el que no hay ni una versión definitiva, ni una verdad absoluta.

Un ataque sin sentido como el que ocurrió, sin un hecho previo que pudiera explicar que se trataba de una reacción o represalia, sumado a la fecha en que se realizó, apunta a una provocación hacia la autoridad estatal, a un mensaje en el que parecen estar diciendo “mira sí podemos entrar a tu estado, en el día de tu informe, pararnos en la plaza principal y balearte una alcaldía”.

Y sí pudieron, pero recibieron también una respuesta rápida, contundente y firme de la autoridad.

El resultado, hoy a favor del Estado, no es sin embargo ocasión para festinar. Hay más de veinte familias enlutadas, y un pueblo –quizá una región– aterrado.

Esto nos viene a confirmar, y esto sí cabe reflexionarlo, que la guerra en contra del crimen organizado es una que no se gana en forma definitiva.

Con insistencia las propias autoridades lo han venido diciendo durante meses, no se pueden echar las campanas al vuelo ni bajar la guardia. Lo han advertido, los intentos de los grupos criminales por incursionar en la entidad son constantes.

Hoy sin embargo se puede afirmar que el control del territorio lo tiene el gobierno, como debe de ser, y que cada intento recibe una respuesta porque hay cero tolerancia y capacidad para responder.

En la ola que se genera comúnmente tras este tipo de sucesos, se escuchan desde luego las voces que –no carentes de insidia– señalan “entonces no estaban tan bien las cosas en Coahuila”.

Hay que ser realistas, es imposible que en una dinámica como la que viven el país, y muy marcadamente la región, podamos como estado sustraernos por completo y que aquí nunca pase nada.

No se puede hablar tampoco de un fracaso del blindaje, sí reconocer su vulnerabilidad, pero también entender las características de nuestra geografía, en la que abundan brechas que es imposible controlarlas todas todo el tiempo.

Lo que ocurrió, en efecto no es menor, sobre todo nos confirmó la capacidad de fuego de ese grupo delictivo, pero también vimos la que tiene el estado.

Hay, sí, un reto para las autoridades. Revisar el blindaje, reforzarlo, incrementar el esfuerzo y las estrategias de inteligencia para, en lo posible, anticiparse a ese tipo de incursiones.

Pero también hay un reto para la sociedad, la madurez y serenidad con que tomemos las cosas; pues sí caemos en el pánico, en las especulaciones, en las falsas alarmas, llegaremos otra vez a esos tiempos en que –ahí sí en principio por circunstancias reales– se alteró la vida cotidiana y se abandonaron los espacios públicos.

Proteger el entorno familiar y la vida propia es ir más allá de las precauciones físicas, están también las anímicas, porque dejar que nos roben la tranquilidad y encerrarnos es fortalecer al enemigo. Recordemos lo que provocó el miedo de hace algunos años y cómo la delincuencia común aprovechó esa situación para empoderarse. Que no nos vuelva a pasar.

Y en cuanto a Villa Unión, la autoridad tiene el deber de que una vez concluido el recuento y superada la emergencia, se de una versión oficial de cómo ocurrió el ataque y se informe también de las circunstancias en que murieron los civiles, para que no haya espacio a desgastantes especulaciones.

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