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24 de Septiembre 2019

Por Eduardo J. De La Peña

En la dinámica informativa el evento y el discurso se perdieron, pero una frase pronunciada por la Ministro en retiro Olga Sánchez Cordero, hoy Secretaria de Gobernación, al reunirse el viernes con los presidentes de los Tribunales de Justicia en el país, es demoledora:

“Hablar de corrupción sin un ejercicio puntual de la aplicación del Estado de Derecho es un discurso de simulación”, aseveró Sánchez Cordero.

Posicionar a la corrupción como causa y origen de todos los males del país y la promesa de combatirla, fueron la fórmula con la que Andrés Manuel López Obrador construyó su triunfo y la bandera con la que ha navegado en estos meses de errático gobierno.

Pero aparejado a ellos tenemos que este autoproclamado paladín de la honestidad mientras va construyendo su remedo de estado de derecho, con instituciones y un marco legal a su capricho, pasa por encima de leyes, procesos y razones.

No podía esperarse otra cosa de alguien que tomó fama nacional con su defensa a un proceso de desafuero que enfrentó como Jefe de Gobierno de la Ciudad de México por desacatar la resolución de un juez federal, y que en una de sus muchas campañas para llegar a la Presidencia remató con una frase que lo pintó tal como ahora actúa: “al diablo con las instituciones”.

Y sí, hoy tenemos un presidente que busca legitimar atropellos con consultas públicas simuladas, cancela grandes proyectos de infraestructura, improvisa soluciones alternas técnica y financieramente inviables,  y busca cómo sacar la vuelta a los amparos que deberían frenar esas decisiones sin sentido.

A un presidente que vapulea a la Suprema Corte, la infiltra con sus incondicionales, desbarata instituciones, desoye a otras, se resiste ante recomendaciones de Derechos Humanos.

A un presidente que endereza persecuciones contra empresarios y políticos, propicia detenciones en el extranjero, y no sigue ni procedimientos ni aporta pruebas.

Poco es el espacio para enumerar cada una de las situaciones en que López Obrador pasa por encima del estado de derecho, tantas como las veces que ha fustigado la corrupción.

Por eso llama la atención lo dicho por la Secretaria de Gobernación: “Hablar de corrupción sin un ejercicio puntual de la aplicación del Estado de Derecho es un discurso de simulación”. No hace falta decir más.

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