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El presidente y su incapacidad, para operar el control de daños

Rubén Aguilar. Foto: Especial

Rubén Aguilar. Foto: Especial

17 de Febrero 2022

RUBÉN AGUILAR VALENZUELA

Se sabe, quienes se dedican a las encuestas lo tienen muy medido, que cuando al presidente López Obrador se le impone la agenda de la discusión no sabe qué hacer. Se sale de sus casillas, cosa cada vez más común, y recurre sin más al insulto y la descalificación. No es capaz de razonar y solo tiene una reacción primaria y visceral.

En las tres últimas semanas, el presidente, a partir de que Latinus y Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI) dieran a conocer una investigación, con documentos y datos sólidos, sobre el posible conflicto de interés y tráfico de influencias de José Ramón López Beltrán, su hijo mayor, no ha sido capaz de imponer la agenda.

Eso lo desespera y lo hace ver cada mañana como fuera de sí. Como alguien incapaz de asumir el conflicto, para trabajar en el control de daños. A los problemas objetivos no hay posibilidad de hacerles frente si no se asume su existencia. Negarlo solo los hace más grandes. Reconocerlos puede ser doloroso, pero es la única posibilidad de actuar sobre ellos.

Los datos que ofrecen Latinus y MCCI sobre el hijo del presidente están ahí. Es un trabajo de investigación cuidadoso y serio. Negarlo solo confirma sus resultados. Insultar y tratar de desacreditar a los investigadores, sin nunca presentar documentos o datos que los desmientan, ahonda el problema y fortalece lo que estos dicen. Los hace más creíbles.

El presidente no lo entiende. Solo se sabe comunicar cuando las cosas le favorecen y le salen bien. Cuando está en control de la agenda. Cuando pierde el control se desubica. Tiene pocos o nulos recursos para reaccionar. Solo sabe insultar. Confrontarse y agredir. Es un esquema conocido que repite una y otra vez. No tiene más repertorio. Cansa y aburre.

Al inicio de la segunda mitad del mandato presidencial la autoridad y fuerza del presidente en turno tiende a disminuir. No hay como evitarlo. El fin del mandato está al frente. Un año antes ya hay candidato de su partido y de las otras fuerzas políticas. Los actores políticos y sociales, los medios y los propios militantes y seguidores empiezan a ver para otro lado. Se entra a una dinámica de salida que mes a mes se puede palpar. Me tocó verlo.

En la medida que pasen los meses los posibles conflictos tienden a multiplicarse. Se requiere, entonces, más que nunca de la inteligencia, para ubicar alternativas, para hacer frente a los conflictos. Solo el insulto revela incapacidad, pero además no resuelve nada y tiende a complicar los problemas. El presidente está obligado a lidiar con los conflictos y trabajar en el control de daños. Dudo que lo vaya a hacer en una racionalidad técnica-profesional.

Después de ver actuar al presidente de estas últimas tres semanas, de escuchar sus intervenciones y su andanada de insultos y descalificaciones, lo único que se puede pensar es que seguirá igual. Cada día peor. No tiene la capacidad de serenarse. Se requiere de una inteligencia que no tiene. El mismo se retroalimenta con su discurso y declaraciones agresivas. Ahí se siente bien. Le gusta. Un día es peor que el otro. En lo que queda de su mandato su coraje e intolerancia seguirá creciendo.

La oposición, pero también todos los otros actores sociales, requieren de frialdad e inteligencia. No hay que confrontarse con el presidente. Hay que dejarlo solo con sus demonios. Ellos se encargarán de él. Los suyos le tienen pánico. Son incapaces de enfrentarlo, para ayudarlo y ayudarse poniéndole un alto. No lo harán y sí se asumirán como cómplices de su locura. Las últimas reacciones de gobernadores y legisladores morenistas anuncian tiempos difíciles. El fanatismo gana terreno. Se le ve como un ejercicio de lealtad y no de traición a la causa. Me ha tocado verlo en otros países. Pensé que en México no lo viviríamos. Me equivoqué.

 

Twitter: @RubenAguilar