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Duermevela

Cyntia Moncada, Duermevela

Cyntia Moncada, Duermevela

25 de Noviembre 2024

Nombrar la violencia laboral

Por Cyntia Moncada

Después de haber concursado por ese trabajo, superando varios filtros y con la ilusión de haber alcanzado finalmente lo que tanto había deseado, pronto me di cuenta de que la realidad era muy distinta. El ambiente era tenso, casi asfixiante. En la oficina, nadie hablaba a menos que la jefa estuviera ausente, y la amabilidad superficial desapareció rápidamente. Mi jefa ejercia un estilo de liderazgo que se sostenía en el terrorismo emocional, utilizando el miedo y la humillación como herramientas de control. Lo más aterrador fue cómo esas actitudes tóxicas estaban normalizadas por gran parte de la comunidad laboral.  Al final no pude quedarme más. 

Renunciar fue un acto de autoprotección. A pesar del alivio inicial, las críticas externas me llevaron a cuestionarme si había tomado la decisión correcta. Como activista, estaba acostumbrada a abogar por el cambio, pero esta vez tuve que aceptar que no siempre es posible transformar un sistema desde adentro. Al final, tomar distancia me permitió ver con mayor claridad la normalización de la violencia laboral, especialmente cuando afecta a las mujeres.

Pronto descubrí que no estaba sola. En conversaciones con otras mujeres, escuché relatos similares: algunas habían enfrentado abuso emocional, otras manipulación o humillación y todas compartíamos el mismo sentimiento de impotencia al enfrentarnos a un sistema que justifica estas conductas.

¿Por qué evitamos hablar de violencia laboral? Quizá porque ha sido tan normalizada que ni siquiera la reconocemos. Según datos del INEGI, del total de mujeres de 15 años y más que han tenido un trabajo, 27.9% ha experimentado algún tipo de violencia en su vida laboral. Sin embargo, vivimos en una cultura que minimiza las experiencias de las mujeres, y hablar de ello a menudo se percibe como un acto de debilidad. Pero la violencia laboral, deja marcas profundas que afectan nuestra salud mental, nuestra autoestima y nuestra capacidad de desarrollarnos profesionalmente.

Como feminista, reflexionar sobre mi experiencia me llevó a otro descubrimiento difícil: mi malentendida sororidad me hizo ignorar muchas banderas rojas. Creí que ser sorora implicaba ser laxa al tolerar el comportamiento de alguien, por el simple hecho de ser mujer.

Escribir es mi manera de transformar esa experiencia. Transformarla implica visibilizar lo que muchas veces permanece oculto y hacer un llamado a la acción para que nuestras comunidades laborales sean espacios más humanos y respetuosos. Las organizaciones deben establecer políticas claras contra la violencia laboral, capacitar a sus líderes y crear mecanismos efectivos para denunciar abusos. 

Nombrar la violencia laboral y hablar de cómo nos impacta de manera diferente a las mujeres, es mi “dar el primer paso”.