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Ay, amor romántico, ya nos volviste a dar

Cyntia Moncada. Foto: Especial

Cyntia Moncada. Foto: Especial

12 de Enero 2022

CYNTIA MONCADA

¿Quién nos enseña a querer? Las mujeres de mi generación pasamos la infancia y la adolescencia aprendiendo el amor de las películas de Disney, de las telenovelas y de nuestro entorno familiar. Vivimos bombardeadas por los estereotipos de las doncellas abnegadas y los príncipes azules que van a rescatarlas. Nos enseñan que el amor lo puede todo y que nuestra vida encuentra su cauce sólo cuando estamos emparejadas.

Mientras nosotras pasamos gran parte de nuestro tiempo aprendiendo “a amar”, fantaseando con el amor romántico, los hombres aprenden a trabajar, a ser independientes, a proveer y a mostrar lo menos posible sus sentimientos.

Y entonces, cuando llegamos a nuestras primeras relaciones nosotras estamos flotando y ellos mutilados emocionalmente. A las mujeres el amor nos mantiene distraídas, de subidas y bajadas y nos hace añicos la autoestima. Cambiamos los planes y abandonamos las carreras en pro de la familia, mientras ellos construyen una trayectoria, crecen, estudian y fundan negocios.

A nosotras nos enseñan que el amor es sacrifico, que para lograr relaciones duraderas es necesario el sufrimiento y la incondicionalidad, ideas que sirven, al final, para justificar y solapar la violencia machista.

Después, las que tenemos el privilegio de conocer el feminismo (y autoras como Coral Herrera, una antropóloga que se ha dedicado a estudiar el amor desde una perspectiva feminista) comenzamos el largo proceso de desaprender. Nos enteramos que lo romántico es político, que el amor patriarcal sirve para seguir como estamos, para perpetuar el machismo y las relaciones desiguales; y que mientras el amor romántico nos mantiene distraídas –parafraseando a Kate Millet– ellos siguen gobernando.

Gracias al feminismo comprendemos que para transformar el mundo en un lugar más igualitario es necesario ver el amor como un asunto político, que es imprescindible liberar el amor del patriarcado (dice Coral Herrera) y transformarlo de pies a cabeza en una revolución que reconstruya la formas en las que nos relacionamos. Pero esta revolución no tiene que ver con erradicar la ternura, sino construir nuevas formas de querernos, tejer relaciones equitativas, respetuosas y libres, donde se pueda disfrutar sana y libremente del placer, del sexo y del amor.

Del feminismo aprendemos que la vida es muy corta como para sostener relaciones violentas o en las que ya no somos felices y que, ante el sistema que nos ha enseñado a competir, amarnos a nosotras mismas (y entre nosotras) es un acto de rebeldía.

Y aunque curarnos del amor romántico es un proceso constante (y a veces parece
interminable), el amor propio, las redes de mujeres, el autocuidado y la diversificación de nuestras fuentes de amor, nos permiten avanzar en la carrera.

Nadie nos enseña a querer. Nadie nos dice que el amor tendría que ser un arma de transformación, no de opresión. Pero gracias al feminismo es posible ir construyendo una nueva pedagogía del amor para transformarlo en fuente de libertad.

Como escribió Simone de Beauvoir: “El día que una mujer pueda no amar con su
debilidad sino con su fuerza, no escapar de sí misma sino encontrarse, no humillarse sino afirmarse, ese día el amor será para ella, como para el hombre, fuente de vida y no un peligro mortal”.