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Voces de Luz y Esperanza: Mujeres que sobrevivieron a la violencia

Foto: Especial

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11 de Enero 2022

A lo largo de 19 años, 400 mujeres han sido atendidas en el refugio de la Fundación Luz y Esperanza, muchas de ellas sobrevivientes de la violencia y que llegaron ahí, tras un riesgo latente a su integridad y la de sus hijos, fueron potenciales víctimas de feminicidio

JESSICA ROSALES

En México, siete de cada 10 mujeres sufren violencia, mientras que el 42 por ciento refiere haber sufrido algún tipo de maltrato en el último año, según la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH).

Considerado en el mundo, un problema de salud pública y de derechos humanos, la violencia contra la mujer es un tema complejo porque envuelve muchos factores que inciden en esta vida que las víctimas no pidieron, y algunas de ellas, no vivieron para contarlo.

Y aunque algunas mujeres no ven una salida, existen opciones, instituciones públicas y privadas, pero, sobre todo, organismos civiles de ayuda que brindan apoyo integral a las víctimas para que salgan de ese círculo y puedan decir, “Hoy soy libre de violencia”.

A lo largo de 19 años, 400 mujeres víctimas de violencia extrema han sido atendidas en el refugio de la Fundación Luz y Esperanza, muchas de ellas sobrevivientes de la violencia y que llegaron ahí, tras un riesgo latente a su integridad y la de sus hijos, así como la falta de una red de apoyo sólida que, incluso, fueron potenciales víctimas de feminicidio.

Rosa María Salazar Rivera, directora de la Fundación comparte algunos de los testimonios de mujeres que decidieron pedir ayuda y salir de ese entorno. Además, señala que el incremento de casos en la estadística no es porque haya más que en otros años, sino porque las víctimas deciden salir a denunciar.

Rosa María Salazar Rivera. Foto: Especial

Sin embargo, la activista considera que el alto número de casos ha complicado su atención debido a que los espacios no son suficientes, debido a que se requiere de un apoyo integral.

“Cuando las víctimas viven el momento ríspido de la agresión, primero se asustan y quieren salir de su casa, luego viene una parte de crisis donde quieren que metan a la cárcel a su agresor, pero pasan horas o unos días, la tensión disminuyó y los justifican, pues creen que el hombre va a cambiar porque ya los denunciaron, pero eso no va a pasar”, señala.

 

Salazar Rivera subraya que la denuncia no es suficiente, pues es necesario someterse a una terapia de ambas partes, el agresor y la víctima que, de acuerdo con la experiencia, debe durar en promedio dos años, dependiendo de la problemática.

 

La terapia del agresor como medida cautelar

Las mujeres que llegan al refugio no sólo reciben apoyo psicológico sino acompañamiento legal. María Durán, jurídico de la fundación, señala que se inician dos procesos uno en lo familiar y otro en el tema penal.

“Es importante interponer la denuncia para levantar la voz y poner un alto a la violencia”, señala, además de señalar que dentro del proceso existe una salida alterna que obliga al agresor a someterse a una medida cautelar que es la terapia.

Explica que cuando una mujer ingresa al refugio se analiza el caso y se interpone la denuncia ante el Ministerio Público. Al presentar las pruebas se acude ante un juez, que da una fecha de audiencia inicial, dentro de la cual se le informa al presunto agresor y se determina o no la vinculación a proceso.

María Durán indica que comienza la investigación; sin embargo, al no considerarse como un delito grave existe una salida alterna que permite la suspensión del proceso con medidas como no acercarse, ir a una terapia psicológica o un proceso de rehabilitación en caso de adicciones, además de la reparación del daño.

No obstante, destaca que en caso de que el agresor incumpla se repone el proceso penal, por lo que las leyes garantizan que no haya impunidad en el caso.

María Durán. Foto: Especial

 

Primer paso, hay que reconocer que vive violencia

El apego es el principal obstáculo para salir de la violencia, debido a las creencias culturales y estereotipos que nos han enseñado a tener un hombre al lado quien además se visualiza como el proveedor, seguido de la afectividad y el amor como parte de las emociones que se tienen hacia al agresor.

Así lo señala la activista Rosa María Salazar quien manifiesta que se presenta el Síndrome de Adaptación Paradójica que tiene cuatro etapas. Dichas etapas inician con el primer acto violento, mismo que le da a la víctima inseguridad, ya que la mujer no se esperaba eso de la persona que ama.

La segunda etapa es el miedo a que la siga golpeando, a que la deje, la corra de la casa, lo que la convierte en una mujer con inseguridad y miedos, pero con afectividad, pues dice que lo quiere.

Lo siguiente es buscar apoyo en personas que la escuchen, sin embargo, recibe críticas, comentarios y es juzgada por lo que decide callar y aislarse lo que la deja en la siguiente etapa que es la indefensión.

Finalmente, llega a la hostilidad, debido a que no encuentra el apoyo que necesita, por lo que se transforma en una persona malhumorada, que siempre está enojada y con los años responde con malos tratos y amargura, pues pierde su esencia tras la violencia que se ejerció en su contra.

 

TESTIMONIOS

Carmen hoy es libre de violencia

Carmen fue la primera mujer que llegó al Refugio de la Fundación Luz y Esperanza el 3 de diciembre de 2002, tras vivir años de violencia decidió poner fin al maltrato que vivió. Huyó de su hogar en Celaya, Guanajuato. Pese a las denuncias que interpuso no obtuvo ayuda en su municipio y decidió buscar un lugar seguro en Saltillo.

“Llegue golpeada. Fueron golpes a mis otros dos hijos, a mí, y todo eso creo que lo podía yo sobrellevar aun cuando me dolía mi cuerpo y lo golpes a mis hijos, pero cuando lo de mi hijo con discapacidad los golpes hacia él, ya no”, platica.

Carmen indicó que recibió el apoyo de su familia para que el agresor no la encontrada, y señala que pese a las denuncias las autoridades de Guanajuato no hicieron nada, relata tras mostrar las secuelas de sus lesiones y las de sus hijos, uno de ellos que incluso perdió la audición de un lado por lo golpes.

Mientras se realizaba el proceso legal desde Coahuila, permaneció en el refugio a la par de realizar algunos trabajos, en espera de rescatar a todos sus hijos. Asegura que en esta entidad recibió seguridad, y desde entonces, su vida ha cambiado. “Es un milagro, sentirnos libres y sin agresión, si se puede cambiar la vida y vivir sin violencia”, expresa.

 

Vivió para contarla

Blanca, así la nombraremos en esta historia. Es una mujer con licenciatura con un importante trabajo en una reconocida empresa en Nuevo León. Ella contaba con buena posición económica, por lo tanto llevaba el sustento al hogar.

Ella tuvo una hija, pero todo el tiempo de su matrimonio fue violentada, y sin saber la gravedad se reía de su posición dentro de la familia. Una noche, su esposo comienza a agredirla tras ingerir drogas, ella resguarda a su hija en un cuarto, y él la golpea y la viola. 

El agresor se quedó dormido, y ella al darse cuenta, por un momento duda y piensa que va a cambiar, pero al reflexionar y ver su vida y la de su hija en peligro decide huir. Desnuda y con lesiones toma las llaves de su camioneta y llega a casa de sus padres a quienes les pide una toalla y decide dormir, pero ellos la llevan a un hospital.

Ahí le detectan fractura en su rostro y otras lesiones severas. Afortunadamente contaba con recursos para iniciar un proceso en contra del agresor y buscar justicia. Hoy Blanca vive para contarlo, porque hay mujeres que no pudieron hacerlo, hoy está segura y libre de violencia. Ella es la voz de quienes hoy no pueden ser escuchadas.

 

La vida que se fue

Armando y Bella se enamoraron y al poco tiempo decidieron vivir juntos, tuvieron dos hijos, pero él cambió mucho con ella, la insultaba, le decía cosas hirientes, llegó al punto en donde ella se creyó todas las cosas que él le decía. 

Ya no sabía cómo complacerlo porque a él todo le molestaba. Un día que estaban sentados comiendo, Bella le dijo a Armando que estaba embarazada y molesto le dijo que lo abortara, por lo que Bella buscó a alguien para que le diera unas pastillas. Se sentía culpable por lo que había pasado, se sintió indefensa y no sabía qué hacer, sabía que sóla no podría superar la amarga experiencia. La vida que se fue.

Buscó apoyo en un refugio para mujeres que sufrían violencia, pasó más de un año para que pudiera recuperar su sonrisa y sanar poco a poco. Decidió irse de la ciudad y atender a sus hijos. Armando regresó con su madre, siempre se sintió mal por lo que le hizo a Bella, la culpa tampoco lo dejaba vivir, así que también buscó ayuda psicológica. Fueron varios años de terapia para entender que nunca más debía repetir la historia que él mismo vivió de niño.

 

Nunca es demasiado tarde

Aunque el sueño de Nahomí era salir vestida de blanco, eso se canceló cuando de la relación con Daniel de quien se enamoró tuvieron un hijo, luego otros y comenzaron a vivir en familia, pero al poco tiempo las cosas cambiaron.

Él nunca tuvo prueba de un engaño de Nahomí, el simple hecho de que alguien le haya hablado mal de ella, era  porque era real. Y así siguió la relación hasta no importarle que los hijos vieran sus golpes.

Llegó un punto en que Nahomí y sus hijos estaban más tranquilos sin la presencia de Daniel, cuando él llegaba, en la casa sentía un ambiente tenso y estresante. Su enojo llegó al límite un día, los celos dominaron la mente de Daniel, sin motivo alguno le reclamó un engaño a Nahomí, uno más de sus inventos. Ese día también la agresión subió de tono, no le importó que ella estuviera embarazada. La agredió verbal y físicamente.

Después de 10 años de esperar a que Daniel cambiara, Nahomí decidió llevarse a sus hijos y convencerse que lo que ella llamaba vida, ya no merecía ese nombre. Daniel quedó sorprendido, no creía que esta vez  sí lo dejaría, pues el sabia que con hablarle bonito y hacerle promesas falsas.