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Miguel Peraza: construir naves con tus astillas

SOCIEDAD 1

SOCIEDAD 1

11 de Febrero 2020

Por Mario Bravo Soria

[A finales de 2019 se publicó el libro intitulado Miguel Peraza / Escultor periférico (Ediciones del Lirio); con motivo de dicho acontecimiento hemos conversado con el escultor mexicano, quien acaba de cumplir 45 años de trabajo dentro del ámbito artístico…]

 

México, 11 de febrero (Notimex).— Hombre de hablar pausado, como quien medita cada palabra que pronunciará, Miguel Peraza (Ciudad de México, 1959) pareciera haber seguido la ruta familiar que le conduciría —sin posibilidad de desvío alguno— hacia el ejercicio del acto escultórico: su tío Humberto Peraza y Ojeda (1925-2016) fue reconocido dentro de dicho ámbito; además, por si fuera poca la huella y prefiguración familiar sobre Miguel, su padre —Andrés Peraza (1922-1998)— también escogió ese camino, tatuándole a nuestro entrevistado las marcas indelebles, mostrándole rutas, señalándole la Ítaca donde debía de arribar y desembarcar finalmente.

      Pero Miguel Peraza no siguió literalmente el camino de su padre, sino que mientras transitaba por tales senderos tuvo que pelear a muerte con algunos fantasmas habitantes de su memoria, de su psique y de su biografía: si bien reconoce en su padre a uno de sus principales maestros en el mundo de la escultura y en la vida, también asegura que ha debido matarlo para poder ser él mismo; aunque luego del distanciamiento que todo hombre adulto debiera hacer para con quien le ha mostrado el camino en un mapa ya andado por predecesores, Miguel Peraza afirma que tras dicho sano distanciamiento y necesaria diferenciación entre maestro y alumno, entre padre e hijo, él ha vuelto amoroso y lleno de goce a mirar a los ojos a quienes han sido sus referentes.

      Se trata —nos relata en esta entrevista— de un ir y venir, de convertirse en un ser humano auténtico y genuino, sin parecer la copia de sus maestros; incluso en medio de la mar turbulenta y en la soledad absoluta, se trata de construir nuestra nave que nos rescate del naufragio… fabricarla con las astillas de nuestros fracasos.

      Adentrémonos entonces en lo que un hombre con 45 años de trayectoria artística comparte con los lectores de Notimex.

 

La infancia: estar cerca del taller

—Durante su infancia, ¿hubo contacto con el arte desde alguna manifestación o expresión?

      —De pronto sintetizar 45 años de trabajo sí es complejo, pues muchas cosas pueden quedar en el olvido; pero los años formativos son relevantes, porque Andrés Peraza (mi padre, que fue un gran escultor) a nosotros desde niños (fuimos seis hijos, vivimos cinco…) nos dio siempre la oportunidad de estar muy cerca de su taller. Como una tradición familiar casi siempre hemos tenido el estudio-taller en la casa, así yo lo sigo conservando actualmente. El corazón de la casa es el estudio, esa casa en donde están mi mujer y mis hijos, pero el centro siempre ha sido el propio estudio.

      “Por distintas razones me fui relacionando no sólo en el mundo de la plástica sino también en el de la literatura, en el del cine, la docencia, las publicaciones, porque siempre he estado convencido de que de alguna manera el artista se complementa o se enriquece mucho más a partir de conocer otras disciplinas. Tal vez un poco en el sentido renacentista, en contraste con el sentido de la división obligada que actualmente tenemos de decir:

      “—¿Eres arquitecto, escultor o pintor?

      “Y te dividen, cuando el ser humano es un ente que se forma de muchas partes y conocimientos.

       “Sí, la infancia estuvo muy vinculada, por un lado, a los juegos como cualquier niño y, por otro lado, a la oportunidad de tener muy de cerca el estudio. Había plastilina, ceras, alambres, herramientas, tornos, cualquier material que se nos pudiera ocurrir pues estaban en el estudio. Mi papá, al ser un profesional, contaba con muchas cosas para trabajar”.

 

Largas conversaciones con el padre

—¿Usted entendía el oficio de su padre? ¿Comprendía que su padre estuviera dentro de su taller, a diferencia seguramente de los papás de los demás niños del colegio que irían a la oficina con traje y corbata?

      —Esa pregunta es muy bonita porque me llevó un tiempo en descubrirlo como artista, porque no desvinculas esa parte emocional de ser padre e hijo, o verlo como cualquier hijo mira a su papá, con un oficio distinto al de los otros, en donde no es médico o no es un ingeniero sino que es un artista. Desentrañar esa parte me llevó mucho tiempo, porque por alguna razón de los hermanos fui el que más cercano estuvo a él, tuve mucha oportunidad de acompañarlo a los talleres de fundición muy tradicionales donde se puede fundir la arena o la cera perdida, que permite ese tránsito de la cera o de la plastilina a la permanencia del bronce, a la durabilidad del material.

      “Y, por otro lado, entre juego y creciendo, me di cuenta de que en la fundación coincidían muchísimos escultores de diferentes edades, tanto gente joven como maestros ya maduros, o yo los veía muy viejos (pero así los niños me han de ver ahora…). Tenía la oportunidad de comparar los estilos, las formas, la habilidad de un artista contra la de otro, el ingenio, los valores que cada quien le atribuía a esas obras. El haberlo acompañado nos permitía tener largas conversaciones entre un trayecto y otro, entre la casa y la fundición o entre la casa y las fábricas que él a veces debía visitar porque no era suficiente el dinero como artista, y debía buscar otros ingresos.

      “Pasé mucho tiempo pegado a él… y, por un lado, veía el agotamiento físico de tener varias cosas al mismo tiempo, para después aparentemente en los tiempos libres poder hacer obras personales. Y que la obra en sí misma no daba ese alcance económico para mantener a una familia numerosa, eso me permitió ir intimando más y más con él hasta ir descubriendo que había otra cosa: la creatividad y ese fenómeno que se va dando de alguna manera por natura, vas autodescubriendo que de alguna manera tú también tienes alguna capacidad por descubrir y desarrollar en un mundo fantástico que es el arte”.

 

El universo incandescente

—Ahí quería llegar. Si bien durante la infancia usted tuvo contacto con el arte de forma casi natural, cotidiana, casi como el aire que respiraba… ¿pero en cuál momento de su vida decidió que existía una necesidad de ser artista?

      —Hay una anécdota que precisamente en el libro cuento: estando en la fundición estalló uno de los moldes. De hecho, la fundición a veces suele ser muy peligrosa porque se trabaja con metales incandescentes y cuando no hay la suficiente experiencia de alguno de los trabajadores, pues pueden suceder cosas inesperadas. En esa ocasión (debo haber tenido 14 o 15 años) de pronto sentí cómo me abrasó y, tal cual similar a jugadores de beisbol, nos barrimos debajo de una mesa de trabajo porque explotó un molde. Los moldes pueden explotar por humedad, si no están perfectamente secos y se vierte el material incandescente… eso produce gases, y tales gases hacen que salgan esquirlas de fuego por todos lados.

      “Estábamos en medio de un incendio y trabajadores más expertos comenzaron a sofocarlo, pero el techo quedó perforado. Después ya nos moríamos de risa de lo que había pasado, pues a nadie le sucedió algo; ese fue un momento muy importante: por un lado, descubrir que así puede ser el universo, la tierra y el planeta… incandescente y de ahí pueden suceder otras cosas. No sé si pasaron meses o semanas, pero ese día habíamos estado trabajando todo el tiempo, y en la fundición también están los materiales (ceras y los elementos mínimos que se requieren para hacer una escultura), entonces dejé asentadas algunas piezas y en algún regreso a la fundición me di cuenta que las piezas las habían fundido. Ahí platiqué con papá, y le pregunté si le veía valor a lo que estaba haciendo o si realmente era una porquería en donde me estaba metiendo.

      “Si tienes maestros tan importantes como Ignacio Asúnsolo o Fidias o quienes fueran en ese momento, lo que tú haces parece una caricatura o algo que no tiene valor”.

 

“La creación no se enseña”

 —¿Y su padre qué le respondió?

      —Me dijo:

      “—Mira, la creación es un fenómeno que es imposible de transmitir, la creación no se enseña. Tú puedes aprender los métodos, pero la creación en sí misma es un fenómeno del interior de tu persona. Y, por lo general, ese camino es muy solitario, aislado, porque no puedes transmitirle al otro ese fenómeno tan importante que es el de la creatividad, el poder transmitir un valor a algo que no existía y que tú harás visible. Le veo posibilidades a tus piezas, pero deberás trabajar mucho.

      “Ahí me di cuenta que éramos dos artistas platicando, guardadas las proporciones: uno con una edad y yo con otra (que era un adolescente). A partir de ese momento me dediqué a hacer piezas, incluso en el libro aparecen algunas. En esa época estaba muy vinculado a las comunidades indígenas campesinas para proyectos de alfabetización, por eso en parte de mis piezas aparecen campesinos, porque comienzas a retratar la imagen, tu ambiente o espacio y lo compartes con el otro, le das esa parte que aprendiste y pudiste experimentar. En ese momento no te importa tanto el dinero, sino poder compartir tu creación, el tener a quién enseñarle de lo que eres capaz”.

 

El arte: una huella indeleble

—En el acto de compartir, ¿usted diría que en ello está el principal objetivo del arte?

      —Con el tiempo descubres muchas cosas, pero en ese momento lo más importante era ese camino en común entre lo que sabes y regalarlo; sin embargo, después descubres que existen otros procesos relacionados con la investigación, el conocimiento de tu propia persona, con las lecturas que haces de otros artistas que son determinantes… Te vuelves tu propio juez: tú sabes cuando has hecho algo bien o cuando algo te salió pésimo y ahí eres tu propio crítico, tu juez y te condenas o no a ti mismo.

      “Esos procesos ya no son tan compatibles, son más íntimos y diriges hacia adentro tus reflexiones. Incluso aparece que tienes un discurso ideológico que afecte a un grupo social, porque no estás de acuerdo con algún movimiento político o porque sí estás de acuerdo con algún movimiento estudiantil… esas cosas se van transmitiendo a partir de una serie de cargas ideológicas como artista. Eso me ha llevado a la experimentación, encontrar otros materiales para que sean los que expresen. Entonces ya no ha sido sólo compartir, sino también poder influir como lo puede hacer un escritor o un cineasta cuando ves una película y te deja una huella indeleble en tu ser”.

      —Cuando alguien mira una escultura en una exposición, ese es un momento y un muy espacio específicos; pero existe un pasaje previo que es de mucha excitación… cuando has concluido una pieza, y ese es un ámbito de registro individual, solitario pero también de mucho goce…

      —Con el tiempo una parte de los procesos está en torno a cuando te comparas a ti mismo contra lo que hiciste, eso que quieres hacer y de lo que eres capaz de hacer. Cuando eres muy autocrítico pocas veces sucede tanto placer, porque a veces padeces; porque todos tenemos fantasmas de grandes artistas por dentro…

 

El fantasma de Andrés Peraza

—¿Cuáles son sus fantasmas?

      —Están desde los escultores clásicos griegos, egipcios, renacentistas, los grandes escultores del siglo XIX, las vanguardias de los primeros años del siglo XX…

      —¿Andrés Peraza está ahí…?

      —También están mi padre y mi tío Humberto, que lograron enormes caminos y debes vencer esos caminos para ser tú. Tienes que romper con un montón de paradigmas y parangones para llegar a ser tú mismo, y cuando hay esos pequeños instantes entonces sí sucede mucho placer, existe muchísimo goce porque entonces ya te estás dando cuenta de que te has alejado lo suficiente de los otros para ser tú mismo…

 

Matar al padre…

—Leí un artículo de un psicoanalista francés llamado Vincent de Gaulejac, el cual dice: “Para que un hombre o una mujer sean hombres y mujeres plenos y auténticos, deben asesinar al niño o a la niña deseado por los padres…”, en este caso le preguntaría si ya hubo ese asesinato del artista escultor que su padre deseó que usted fuera o que quizá usted mismo se produjo en su mente…

      —Hay una anécdota que es muy fuerte. No sé en profundidad la historia, no sé si Beethoven odiaba o no a su papá que también era músico y le obligaba a tocar los instrumentos. Existe un libro que leí hace muchísimos años, en donde una de las frases de Beethoven decía: “Debo matar a mi padre en mi corazón para poder ser yo mismo…”.

      “Y sí sucede. Si tú quieres realmente desarrollar el trabajo y la vida, debes llegar a estos pequeños actos internos, pero sucede algo maravilloso: puedes matar a esos seres para poder seguir caminando, pero sin dejar de amarlos. Es como un acto contradictorio porque deshacerse de ellos implica que abras un hueco y un camino para ser tú. Y pareciera un acto completamente egoísta, de soberbia, sin embargo, cuando te das cuenta cómo se concatena la historia de la humanidad… a todos les ha pasado que deban ir dejando de lado ese pedazo de historia para lograr otras cosas. Es como los libros… un libro está hecho de muchos otros libros; una escultura está hecha de muchas otras esculturas… todas esas marcas o huellas de los otros ahí están, aunque tú no quieras que estén.

      “Hay dos actos distintos: uno que viene por una inconsciencia plena y el otro a través de una conciencia analítica o reflexiva, que te da la oportunidad de hacer eso diferente que el otro no puede hacer, porque descubres que tu cerebro es único y tu mano es única. Nunca se va a repetir la relación cerebro-mano de un Miguel Ángel, de un Auguste Rodin o un Fidias, que son únicos, son cerebros únicos… cuando te das cuenta que tú también eres un cerebro único, seas bueno o malo, esa es la única manera que tienes de resolver esas cosas que se hallan ahí y están dedicadas al arte”.

 

Naufragios

—¿En cuál de las obras que están incluidas en su libro usted cree que haya alcanzado o rozado estos niveles de ser un artista con huellas pero sin fantasmas?

      —Durante 2018 me fracturé una vértebra y eso me impidió estar en activo durante un rato, afortunadamente ya la tengo soldada. Esto me dio oportunidad de pensar muchísimas cosas, y estas piezas, por ejemplo, me hicieron pensar que los naufragios no necesariamente son fracasos, sino que son eventos o accidentes o cosas que te suceden en el interior de tu ser, pero que si tienes esa habilidad de reconocer tus propias astillas… o incluso con tus propias astillas puedes construir otras naves que te permitan seguir navegando hacia el interior de tu ser, hacia el interior de tu alma y conocerte más. Eso es donde me siento más yo.

      —En un naufragio uno puede atrincherarse y sujetarse de las posesiones y te hundes o puedes soltarlas y salvarte…

      —O asustarte para el resto de tu vida y esperar a ver si otra nave pasa o a ver si alguien te salva. Estas piezas en particular tienen el sentido de que son las astillas de mis propios naufragios, te permiten seguir navegando a otros infinitos, a otros lugares del ser y del alma. Cuando logras esto puedes ayudar a otros a que aprendan a reconstruirse, para darle sentido a su vida y ser más plenos… 

 

“De regreso a casa”

—Hago un viaje en un túnel del tiempo a 1977 con esta pieza intitulada “De regreso a casa”, así como lo plantea en su libro con la frase “Sin casa y sin regreso”.  Es una pieza fuerte e intensa de sus primeros años en la escultura…

      —Aquí es el sentido de cuando estábamos en procesos rurales, ver el sufrimiento de muchos mexicanos que viven en condiciones terribles. Estaba muy en desacuerdo en que a los grandes pintores (que no mencionaré los nombres) les encantaba pintar a los campesinos, pero los pintaban porque les parecían simpáticos; creo que la pobreza no es la esencia de lo pictórico ni de lo escultórico, sino que es la estética del sufrimiento y de lo que pasa.

      “Quería mostrar a la gente que nuestro país está con muchos problemas de carácter social y sobre todo en el mundo rural, en donde durante los últimos 40 años en los cuales data esa pieza, el país no ha evolucionado profundamente: se ha urbanizado, se perdió la revolución, se perdió el campo… nunca se industrializó, al campesino se le ve con un desprecio como a alguien de un estrato social que no sirve para nada. Igual que al mundo más profundo que nuestro país tiene: el mundo precolombino, y a los indígenas preferimos verlos en las vitrinas que tenerlos cerca de nosotros, o verlos en los museos que tratar de coexistir o convivir con tus compatriotas”.

      —Son como extranjeros en su propio país…

      —Como un extranjero, sí…  a veces me sentía muy raro cuando las juntas eran todas en náhuatl, no entendía nada, porque estábamos trabajando cooperativas indígenas. Por otro lado, era comprender que la pobreza no es el retrato, sino la esencia de todo lo que ha venido sucediendo: eran piezas del siglo XX en donde todavía existe una enorme influencia del partidismo institucional que venció la revolución. Ahora no lo tenemos así, pero tampoco se ven los indicios de cambio profundo hacia un México rural, hacia un México que se desarrolle profundamente y tecnológicamente para mejorar nuestro alimento, las calidades de vida, sus procesos educativos, culturales… Esa obra sigue teniendo la misma vigencia que cuando se hizo hace 44 años.

 

“El arte no se toca”

—Miguel, usted tiene una obra que se titula “Ajedrez”, un tanto más reciente en comparación con la creada durante sus primeros años, ¿cuál es la perspectiva al imaginarla y al materializarla?

      —He trabajado muchas obras por comisión, lo cual es normal. Las obras por comisión se han dado a lo largo de toda la vida: la Torre Eiffel es una comisión, el Templo de Palas Atenea es otra comisión… y el “David” de Miguel Ángel es otra comisión. He dedicado muchos años a la parte educativa universitaria, no nada más estrictamente a los universitarios sino también a las escuelas de kínder, primaria, pero fundamentalmente he dedicado gran parte de mi vida a las universidades.

      “Y en esa pieza de ajedrez,  la idea era tener un juego ciencia, reflexivo, para toda la escuela y para visitantes externos; que se pudieran jugar los torneos y al mismo tiempo rompiéramos un viejo esquema que dice: “el arte no se toca”; pero desgraciadamente las piezas monumentales están guardadas porque se hallan en el campus del TEC de Monterrey de Xochimilco, el cual tuvo los daños profundos en septiembre de 2017. Las piezas más grandes están resguardadas, ojalá que estas notas sirvan para que ellos también reflexionen acerca de lo importante del regreso de dichas piezas.

      “El ajedrez gigante, de tamaño original, lo tienen en las aulas temporales porque no quieren perder su identidad, ni la comunidad ni los estudiantes… tiene que ver con ese juego ciencia, con esa manera de reflexionar”.

 

No perder la ingenuidad

—Finalmente, Miguel, ¿qué le diría a ese joven que hace 45 años comenzaba en el territorio de la escultura? Tras 45 años de distancia ha llovido demasiado… ¿valió la pena?

      —Podría tener muchos aspectos o posibilidades de respuesta, pero creo que no ha desaparecido esa persona, ahí está: con sus cambios, con las inquietudes y las ganas de seguir haciendo cosas. Mi idea es no perderlo, sino que permanezca… poder ir y venir con esa facilidad sin perder la ingenuidad, la niñez o las ganas de vivir. Preferiría siempre tenerlo conmigo.

NTX/MBS/VRP/JC