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La literatura no tiene una función social: Ignacio Solares

SOCIEDAD 1

SOCIEDAD 1

05 de Febrero 2020

 

 

Por Julián Crenier

[Nacido en Ciudad Juárez, Chihuahua, en enero de 1945, el narrador Ignacio Solares celebra sus 75 años de edad con una novedad literaria suya, donde se sumerge en uno de sus temas obsesivos: la religión…]

México, 4 de febrero (Notimex).— Uno de los últimos libros que nos dejó el año pasado fue El juramento (Alfaguara, 2019) del escritor mexicano Ignacio Solares. El narrador y periodista accede a una entrevista con Notimex y discute acerca de su escritura, la trama del texto, y sobre el proceso espiritual que lo llevó a escribir esta breve novela.

      —El juramento nació con la idea de plasmar en una pequeña historia, directa, como una flecha, una experiencia de un personaje que tiene una revelación de Cristo en la Tarahumara. La novela empieza diciendo “Creo que Cristo es Dios. No creo que Cristo sea Dios. Creo que Cristo es Dios. No creo que Cristo sea Dios.” Al principio el personaje habla de un Dios impersonal, que el universo no puede tener un Dios personal. Él está dispuesto a dedicarse al sacerdocio aunque nunca está convencido por la iglesia. Está dudoso de meterse al noviciado porque, además, encuentra al amor de su vida. Eso le cambia mucho el rumbo, es el encuentro de Eros con el espíritu.

      —¿La novela está basada en su vida?

      —Bueno, yo por desgracia no tuve esa revelación que tuvo mi personaje, pero la novela me ha servido para, de alguna manera, volverme cristiano en lugar de andar dándole vueltas al hinduismo, al budismo, al zen y al espiritismo.

 

El miedo de la iglesia

—Entonces es, más bien, el resultado de un proceso espiritual que se dio a lo largo de su vida…

      —Exacto. En la novela imaginé todo: el proceso tanto del amor como de lo que implica el final, que queda abierto al lector. Aunque yo escribí la novela, tampoco sé si ellos dos van a seguir juntos o no. Él como sacerdote puede dejarla para que tenga una familia propia, pero ella está dispuesta a seguir con él a pesar de que no puedan hacer el amor. Es justamente el retrato de eso que siempre he pensado: la iglesia católica que padecemos está construida bajo reglas medievales e incluso criminales. El celibato obligado para los sacerdotes es realmente criminal.

      —Entonces, ¿usted está en contra de la iglesia como institución?

      —Absolutamente. Benedicto XVI y Juan Pablo II fueron a la África, que es el continente donde más Sida hay, a decir que el condón está prohibido por Dios porque es pecado. ¿Te imaginas la cantidad de muertes que provocaron? Eso es criminal. Por eso mi personaje se enfrenta a esa iglesia y al final decide trabajar en la Tarahumara. Estar cerca de los jesuitas, que son grandes personas, y que su vida esté ahí. Ayudar y servir a la Tarahumara.

      —Hay un elemento que está muy presente en la novela y que se manifiesta, sobre todo, en el personaje principal: la culpa. ¿Es un tema que le interesa? ¿Usted ha lidiado con la culpa a lo largo de su vida?

      —No tanto. Es más bien mi personaje que lleva al extremo todas las timideces: el miedo a la masturbación, a las relaciones sexuales, su experiencia en una casa de citas. Yo creo que las relaciones sexuales son algo muy importante en la vida. Cuando se hace el amor con la persona amada, puede ser una gran experiencia espiritual. En este caso a los personajes, después del juramento, les queda prohibido. Pero al final es algo que es producto de la iglesia. Yo conozco a unos homosexuales católicos que tienen 20 años viviendo juntos y que no han tenido relaciones sexuales en esos 20 años porque un sacerdote les dijo que podían vivir su homosexualidad siempre y cuando no tuvieran relaciones. Yo no entiendo ese miedo por parte de la iglesia a la sexualidad, cuando puede ser una parte fundamental del espíritu.

      —¿A qué se refiere cuando dice eso?

      —La actividad sexual tiene diferentes formas: así como puede ser por diversión también puede ser un acto de amor. Yo creo que en mis personajes se da una relación espiritual y forma parte de la revelación que él tuvo. Cristo le dice: “Hagas lo que hagas, estaré contigo”.

 

Ignacio Solares

“La ola es el mar”

—La novela es breve, es un texto corto. ¿Eso fue una decisión meditada o no pensó en ello a la hora de plantearla?

      —Es una decisión porque, como te digo, la novela pretende ser una flecha directa. Desde que empieza hasta que termina, todo es un relámpago.

      —¿No le hubiera interesado explorar más la trama?, ¿ahondar en sus personajes?

      —Claro, pude haber explorado más a fondo, por ejemplo, a los sacerdotes, pero así me hubiera desviado de mi preocupación central. Este libro para mí es, de alguna manera, no sé si mi última novela, pero sí la más directa. Después de trabajar la novela histórica y demás, es como una revelación, un parteaguas en mi vida.

      —La conclusión de su proceso interno…

      —La conclusión de mi proceso personal y espiritual.

      — Hay una frase muy bella en la novela que dice: “La ola es el mar”. ¿De dónde salió esa frase tan frecuente en el texto?

      —Es una frase de un filósofo alemán que se llama Willigis Jäger. Él me influyó mucho para, efectivamente, creer que no hay personas, que somos una ola y que el mar es infinito, es el universo.

 

Una perspectiva más amplia de la realidad

—La novela está situada en Chihuahua. ¿Cómo compara el Chihuahua de antes al de ahora?

      —La violencia, sobre todo en la sierra. Yo confío en que mejore con el tiempo, en que la situación en general cambie. Han sido momentos muy difíciles para el estado. Los carteles se pelean el espacio para poder sembrar, porque el campo de Chihuahua es muy fértil. Además de eso, los tarahumaras siguen muy desatendidos, eso es algo que no ha cambiado para nada. Es una cosa dramática ir a ver esos pueblos que además tienen el problema de que están muy separados entre sí. Acabo de ir hace poco y muy buena parte de esas comunidades vive en chozas o en cuevas.

      —Como escritor, ¿siente responsabilidad por ellos?

      —Cuando yo iba a verlos claro que sentía que había que hacer algo. Una vez vi a un sacerdote que tuvo que sacarle una muela a un indio porque no hay dentistas. Los únicos que han hecho algo por la Tarahumara son los jesuitas. El gobierno realmente ha hecho poco o nada, pero este es el país en el que nos tocó vivir.

      —¿Cree que de alguna manera la literatura puede aportar algo a la solución de esta problemática?

      —Yo creo que la literatura no tiene una función social. Es como la poesía: ¿Qué función social tiene el canto de un pájaro? Ninguna; sin embargo, no entenderíamos el mundo sin el canto de ese pájaro. Pero ya la literatura, la novela en general, nos ayuda a tener una perspectiva más amplia de la realidad. Nos da una visión un tanto más realista y más a fondo de cómo vemos las cosas y cómo se reflejan. Esa es su función, darnos una perspectiva más amplia de la realidad.

      —Y hacernos conscientes de este tipo de cosas. Yo nunca he ido a Chihuahua, por ejemplo, pero a través de su novela comprendí que la condición de los tarahumaras es otro de los miles de problemas que tiene este país.

      —Claro. Esto es inconsciente para mí a la hora de escribir porque cuando la literatura nace de un mensaje, pierde buena parte de su calidad, se vuelve otra cosa. Hay libros maravillosos que no tratan de nada como el Ulises [1922] de James Joyce, y sin embargo es una novela que cambió el concepto de literatura en el siglo XX. La escritura tiene mucho que ver con el inconsciente y si no dejas que se manifieste, puede ser periodismo, pero no literatura.

      —¿Hay algún otro texto en el que esté trabajando actualmente?

      —Estoy haciendo un libro de memorias junto con Pepe Gordon y, bueno, nunca sabe uno cuándo lo puede patear la musa, pero por lo pronto no. Estoy gozando de lo bien que le ha ido a la novela, que agotó su primera edición en un mes.

 

El reducido periodismo cultural

—Usted ha sido jefe de redacción y ha dirigido distintas publicaciones y suplementos culturales. Al día de hoy, ¿cómo observa el periodismo cultural?

      —¡Híjole! El periodismo cultural que se hace hoy en día en este país es muy reducido como todo lo que está pasando en la actualidad. Es una palabra muy certera. Antes los suplementos eran ricos y amplios. Se les daba un lugar especial, pero últimamente son como un pegoste a la cultura. Sin duda han perdido su calidad fundamental.

      —¿Cree que tenga que ver el hecho de que antes mucho del periodismo cultural lo hacían los mismos escritores y artistas? Como Borges con su revista o usted mismo…

      —Yo creo que sí, porque como los periódicos están muy mal en lo económico, la circulación ha bajado notablemente. Como tienen que sacrificar lo aparentemente menos vendible, pues para ellos es la cultura. Hay algunos periódicos que conservan suplementos de calidad, pero estamos muy reducidos. Esa es la palabra concreta.

 

NTX/JC/VRP