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Rosa Carmina, rumbera que llegó del mar

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18 de Noviembre 2019

* La actriz y bailarina, quien trabajó en 43 películas, cumplirá 90 años este martes 

México, 18 Nov (Notimex).- La Época de Oro del cine mexicano, más allá de las grandes figuras, de los rostros inmortales que marcaron los años 40 y 50 del siglo pasado, mostró al mundo también una cara sensual, de pies descalzos y vestimenta atrevida, que provocó suspiros y disgustos a las “buenas conciencias”.

El cine de rumberas irrumpió en el imaginario de un público acostumbrado a las cintas donde la belleza de María Félix desgarraba la pantalla solo con sus ojos; o de una Columba Domínguez de potente rostro, sumisa y con lágrimas en las mejillas, que aplacaba las ansias de un director como Emilio Fernández.

Con la cadencia del azulino mar Caribe, llegó a México, en 1944, Rosa Carmina, una de las cuatro artistas cubanas que formaron el cuadro de las rumberas del cine mexicano: María Antonieta Pons, Amalia Aguilar y Ninón Sevilla. Se sumó también a esta escuadra la mexicana Meche Barba.

Rosa Carmina Riverón Jiménez nació el 19 de noviembre de 1929 en La Habana. Sus movimientos de cadera, las plumas de sus atuendos y lentejuelas, son referencia de un cine que pobló los sueños eróticos de la época, pero también movió la censura la Liga de la decencia, que protestaba y pugnaba para que la gente no fuera a sus espectáculos.

Juan Orol inventa el cine de rumberas

Rosa Carmina incursiona en el cine mexicano gracias al actor y director Juan Orol, figura mítica de la industria. Como cazador de talentos, Orol fue a La Habana en busca de una nueva musa, luego de terminar su relación con María Antonieta Pons, con quien además de hacer una serie de cinco películas, terminó casándose.

La de Orol es una historia aparte. Catalogado como “El rey del churro” y “Primer surrealista involuntario”, el escritor y cronista Carlos Monsiváis decía que “sus películas eran tan malas que resultan buenísimas”.

Juan Orol, español de nacimiento, viajó a Cuba para convencer a Carmina de venir a México. En principio la bailarina no quería porque estaba comprometida. Orol le ofreció un contrato para hacer tres películas. Finalmente aceptó. Como no tenía experiencia ni era actriz, Orol tuvo que enseñarle todo, desde pasos de baile hasta cómo mirar a la cámara.

En un artículo de Eduardo de la Vega Alfaro, titulado Apostillas a un libro sobre Juan Orol: nuevas luces sobre el genio del surrealismo involuntario, publicado en el sitio Corre Cámara, afirma:

“La etapa asociada al nombre de Rosa Carmina resultaría sin duda la más fecunda en la carrera del cineasta, toda vez que se desarrolló en un contexto favorable a la producción de películas que, debido a la crisis industrial del periodo de posguerra, requerían de poca inversión al tiempo que estaban destinadas para el consumo estrictamente popular”.

La dedicación le rindió frutos a Juan Orol. Con la joven actriz realizó las mejores cintas del género. Rosa Carmina se forja una carrera después de trabajar con Orol en: Una mujer de oriente (1946) y Tania, la bella salvaje (1947).

En 1947, realiza Gángsters contra charros, considerada como cinta de “culto”, y tal vez la mayor expresión del cine de Orol. Ese mismo año realiza El reino de los gángsters (1947). Después participa en El charro del arrabal (1948), Amor salvaje (1949) y Cabaret Shanghai (1949).

Termina su etapa oroliana

La década de los 50 marcó el final de esta etapa, tanto para el director como para la actriz. Realizaron “¡Qué idiotas son los hombres!” (1950), la trilogía de Percal, compuesta por El infierno de los pobres, Perdición de mujeres y Hombres sin alma, 1950.

También junto Orol rueda La diosa de Tahití (1952); Sandra, la mujer de fuego (1952), El sindicato del crimen (1953), Bajo la influencia del miedo (1954) y Secretaria peligrosa (1955).

En un texto de Carlos Monsiváis, publicado en el Anuario 1965 del Departamento de Actividades Cinematográficas de la UNAM, pinta de cuerpo entero el cine que hizo Rosa Carmina al lado de Juan Orol: “En gangsters contra charros está la que de seguro es la secuencia más gratuita de la historia del cine”.

Cuenta Monsiváis que, en la secuencia, Rosa Carmina le ha pedido a “Johnny Carmenta” (Juan Orol) un carro lujoso. “Corte a un reñidísimo Atlas-Atlante. Vemos un buen rato las graderías entusiastas, los avatares del partido, el júbilo popular”.

Luego, explica el escritor, enfocamos a un Orol robando un coche. “Entonces nos damos cuenta que vimos el juego cerca de cinco minutos, sólo para justificar el robo de Orol de un automóvil cualquiera cuyo dueño (suponemos) se hallaba en el juego. Como es obvio –comenta Mosiváis-, la lógica y la presión imaginativa que supone le resultan a Orol insoportables.

Después de su paso surrealista por el cine de Juan Orol, con quien estuvo casada de 1950 a 1955, y con quien realizó 16 películas, Rosa Carmina enfocó su carrera a un cine más dramático, donde sus encantos como rumbera dieron paso a otra etapa.

La rumbera se convierte en mito

Las películas que hizo bajo la batuta de Alberto Gout, son recordadas como sus mejores cintas. Con el director de Aventurera (1950) hizo filmes como Traicionera (1950), En carne viva y Noche de perdición (1951); la comedia Especialista en señoras (1952), Estrella sin luz (1952) y La segunda mujer (1954), al lado de Antonio Aguilar.

A la par de su carrera cinematográfica, la cubana, nacionalizada mexicana durante el mandato de Miguel Alemán (1946-1952), se convirtió en pionera de los espectáculos de cabaret, donde la rumba se trasladaba a las salas más exclusivas del México nocturno.

Se presentaba también “en directo tanto en plazas de toros, como en estadios a lo largo del continente americano, en los que alcanza importantes éxitos en una época en que la televisión todavía no era considerada un medio masivo de comunicación”, como describe el sitio De cubanos.

Son muchas las referencias y anécdotas que giran en torno a Rosa Carmina. Menciona De cubanos, que Manuel Ávila Camacho López, sobrino del expresidente, “la rebautizó con el sobrenombre de ‘Su Majestad la Rumba’, pues según el escritor, la actriz y vedette es la más impactante presencia artística que ha dado Cuba”.

Circula también en biografías y referencias acerca de Carmina, sin confirmación alguna, que el pintor José Luis Cuevas le puso Zona Rosa a este emblemático sector de la Ciudad de México, que en aquella época rebosaba de glamour y cultura, en honor a la figura alta y distinguida de la actriz.

Entre sus últimas incursiones en cine se cuenta la película que hizo bajo la dirección del escritor Mario Vargas Llosa, Pantaleón y las visitadoras (1977), basada en su novela homónima; en 1981, bajo la batuta de Arturo Ripstein, filma Rastro de muerte, junto a Pedro Armendáriz Jr.; luego Teatro Follies, musical hecho para televisión donde comparte créditos con María Victoria y Yolanda Montes “Tongolele”.

Rosa Carmina hizo también carrera en televisión, sobre todo cuando fue dejando su fama de rumbera. Participó en telenovelas como La pasión de Isabela (1984), Juana Iris (1985), Muchachita (1986), Simplemente María (1989), Morir para vivir (1989), La hora marcada (1990) y María Mercedes (1992), junto a Thalía, lo que marcó su retiro definitivo.

La rumbera preferida de dictadores como Rafael Leónidas Trujillo de República Dominicana, y Marcos Pérez Jiménez, de Venezuela (De cubanos), se casó en cinco ocasiones. Su primer marido, Francisco Morales Llanes, fue militar y máximo responsable de la “inteligencia” en Cuba durante la Segunda Guerra Mundial.

Luego del matrimonio con Juan Orol, se casó con Ramón de Florez, perteneciente a una familia española ligada tanto a la corte de Alfonso XIII, como a la del dictador mexicano Porfirio Díaz. En su cuarto matrimonio se unió a un empresario español y en el quinto a un hombre de negocios libanés.

Luego de 43 películas y mucha pista recorrida en México, Rosa Carmina se alejó de los escenarios, así como llegó, con el letargo del mar. Sin que nadie pueda confirmar de manera fehaciente, parece que la actriz cumplirá 90 años en algún barrio de Barcelona, España.

 -Fin de nota-

NTX/ODB/LMC