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Enfoque

04 de Junio 2019

Por: Eduardo J. De La Peña

Una mala mezcla de improvisación y cálculo electorero en la conducción del gobierno traen al país desde hace seis meses dando tumbos,  y aunado a ello tenemos ahora contundentes muestras de ejercicio del poder por encima de la legalidad.

Pero si eso es grave, más lo es aún que ante la amenaza autoritaria, como sociedad tenemos la reacción aldeana de pretender librarnos del embate de la bestia guiándola hacia el vecino, ignorando que eso ni la va a amansar ni nos va a salvar. Si la alimentamos con sangre, más sangre querrá.

En este México de hoy, con la misma ligereza acusan el Fiscal de la República, el panfletero, las redes y hasta algunos de los que suponíamos periodistas serios.

Unos buscan el rédito político, otros el raiting del escándalo, y algunos más esperan librarse de traumas y complejos cobrándose imaginarios o reales agravios.

En el festín de lodo se les olvida que también quien lo avienta queda manchado.

Cuando la circunstancia demanda cohesión social y firmeza para defender el estado de derecho, la respuesta es confrontación, desmarque.

Hace años, cuando recién se impulsaba la cultura de respeto a los derechos humanos, los garantistas –sus promotores– a quienes señalaban que parecían importar más los delincuentes que los ciudadanos de bien, les confrontaban con un argumento contundente: “si un hijo tuyo fuera encarcelado injustamente, ¿no exigirías hacer valer sus derechos?”.

Inocentes y culpables pueden estar ante un mismo juez, por eso es indispensable que haya un escrupuloso apego al proceso y a la legalidad, entendamos el concepto de garantías y exijamos se restablezcan.

Para la reflexión esa frase lapidaria de la sabiduría popular: “Los carniceros de hoy son las reses del mañana…”.

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